Un sencillo café y una historia que nos conmueve el corazón

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Un sencillo café y una historia que nos conmueve el corazón

En un mundo donde la miseria y la desesperanza parecen ser la tónica dominante, surge una historia que nos hace recordar que aún hay esperanza y amor en el mundo. En un pequeño café de una ciudad cualquier, un anónimo dueño de un negocio decidió hacer algo que cambió la vida de una madre soltera y su hijo. Una acción sencilla pero llena de compasión y empathía, que nos hace reflexionar sobre la importancia de la solidaridad y la ayuda mutua. Prepárate para conocer una historia que te conmoverá hasta lo más profundo de tu corazón.

La historia detrás de la barra

La historia detrás de la barra

No sé nada de sus vidas. No conozco su condición, edad, nombre o situación. No me hizo falta tampoco. Un rato de observación, lo que dura un desayuno tras una barra que no frecuento, para que la imaginación saltase por los aires y divagase sobre cuestiones irrelevantes que ni me van ni me vienen pero que, lo confieso, me alegran un día normal.

Ella se maneja tras el mostrador del bar, uno de esos que llevan toda la vida en el barrio y en donde se juntan a estas alturas del año vecinos de siempre y viajeros puntuales alojados en algún Airbnb. A unos los saluda por el nombre y a los otros les explica con detalle que le pueden poner al mollete de turno.

La madroñera en el pelo le confiere un aire peculiar, como salida de un cuadro de Goya pero con delantal, y se mueve de un lado a otro con tal destreza que ríete tu de las coreografías del Ballet Nacional. Ahora está, ahora no está. Lo mismo cobra una cuenta que sirve el café. Ahora toma nota de la comanda, y al instante está recogiendo la mesa desocupada.

Lo que más me llama la atención es el control de los tiempos. Sabe a la perfección qué y cuándo. También el dónde. No hay nada que se le escape. El establecimiento lleno y sin perder la calma ni las formas ofrece el servicio de manera magistral. Sonríe lo justo y es amable en sus preguntas y respuestas. Sin pasarse. Se notan los años.

Luego está él. Serio y templado. Sin prisa pero sin pausa. Tiene una leve cojera. Es delgado y no le da mucho el sol. Lo veo entrar y salir de la cocina a un ritmo constante. Su ritmo. Está preparando las tapas del día, o eso pienso yo, porque en la barra disponen de una de esas vitrinas con cristal que conservan los alimentos en frío.

Parece cansado pero iguala en eficacia a su compañera de tajo. Me asombra ver como sale y entra de su cubículo sin estorbar lo más mínimo la cadencia de su partenaire. Como un fantasma que vaga entre el mostrador y la cocina con un propósito vital: no molestar y trabajar.

Me pregunto cuántos años llevará este dúo repitiendo esta rutina para haber alcanzado tal grado de perfección. Pueden pensar que soy una exagerada, pero llegados a este punto de mi vida, valorizo cada vez más un servicio de calidad cuando entro por la puerta de un establecimiento.

Así que sigo observando y descubro con agrado que no hay restos de polvo o grasa en las esquinas de las baldas que flanquean la espalda de la mujer, y mi disposición estratégica me da una visión completa de la cocina que podría competir en brillo con los modelitos de Taylor Swift. Incluso el San Pancracio que encabeza la colección de jarras de cerveza impolutas parece nuevo. Chapó.

Llegados a este punto no sé si estoy disfrutando más del primer café de la jornada o del guion que me acabo de montar en mi cabeza. De repente quiero saberlo todo de ellos y al mismo tiempo nada. Me vale con verlos actuar y hacer suposiciones. La maquinaria se ha puesto en marcha y me entretiene sobremanera dar saltos entre las hipótesis que se fraguan en mi cabeza sin descanso. Es un alivio. Un descanso. No hay nada más. Solo un café y una historia. Su historia.

Y como si nada, llega el turno de pagar. La cuenta y un comentario sobre el calor desatan el desenlace. 20 años en el mismo lugar. Dos décadas atendiendo clientes de aquí y de allí. Se queja amablemente de que aún le espera lo peor. El calor de los refrigeradores de las bebidas hace que para ella la temperatura suba algunos grados más. Se resigna. No le queda otra. Y añade que tampoco se muere por ir a la playa. Esa época ya pasó, me comenta. De nuevo, una sonrisa y me devuelve el cambio. Igual le apetecía charlar. Lo mismo, para ellos, los fugaces pasajeros como yo son su aliciente para escapar por unos instantes de la monotonía de toda una vida tras la barra del mismo bar.

José Manuel Cruz

Soy José Manuel, redactor de la página web El Informacional, un periódico independiente de actualidad nacional en Español. Mi pasión es informar a nuestros lectores de manera precisa y objetiva sobre los acontecimientos más relevantes de nuestro país. Con más de 10 años de experiencia en el periodismo, me esfuerzo por brindar un enfoque imparcial en cada artículo que escribo. Mi compromiso es mantener la calidad y la veracidad de la información que compartimos, para que nuestros lectores estén bien informados en todo momento. ¡Gracias por seguirnos en El Informacional!

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